El neoliberalismo está distorsionando la forma en que vemos el arte, ¿no hay alternativa?

Si bien el mundo del arte actual ha sido moldeado por el prisma del precio, nuestro modelo económico actual puede no ser inevitable.

Scott Reyburn / 2 de febrero de 2021 12:39 BST

FUENTE: “Neoliberalism is distorting how we see art—is there no alternative?” The Art Newspaper, 331 February 2021 https://www.theartnewspaper.com/analysis/the-prism-of-price-is-distorting-how-we-see

 La ‘game-ificación’ del arte tiene sus raíces en el neoliberalismo. Crédito: Travers Lewis / Alamy Stock Photo.

Los grandes programas de concursos televisivos parecen ser las únicas maneras en que la televisión puede familiarizarse con el arte en estos días. Es suficiente ver Next Big Thing, la nueva serie de telerrealidad inglés, diseñada por James Nicholls, presidente de la comercialmente astuta Maddox Gallery, para ver el último ejemplo, el cual sigue a los talones de Cash In the Attic y Flog It!

El arte en la televisión ha recorrido un largo camino desde 1972 cuando la serie Modos de ver (Ways of Seeing) de John Berger presentó a los televidentes del Reino Unido el postestructuralismo francés. Pero no solo la televisión ha cambiado sino todo el marco de referencia dentro del cual ahora se ve y se discute el arte.

En el pasado, las subastas se comparaban con la teatralidad, pero ahora las ventas de Sotheby’s, Christie’s y Phillips’s por “live streaming” parecen más a los programas de concursos televisivos de alto valor. El arte es una mercancía financiera. Los artistas son marcas, clasificadas por precio. Los coleccionistas se clasifican por su poder adquisitivo. El mundo del arte se trata de datos: los datos de nombres y números. Los artistas se quedan reducidos a ganadores o perdedores. La mayoría son perdedores.

Es fácil pensar en esto como una especie de progresión inevitable e ineludible, tal como máquinas de escribir reemplazadas por computadoras. Pero, en realidad, el mundo del arte es solo otro ámbito de la actividad humana transformado por el neoliberalismo, una filosofía que, en mayor o menor medida, ha moldeado la vida política y económica desde principios de la década de 1980 en el Reino Unido, Estados Unidos y otros paises (Chile, moldeado bajo la tutela de Pinochet y Estados Unidos, es un ejemplo extremo).

Fundado en las teorías del economista austriaco Friedrich von Hayek (1899-1992) y refinado por sus colegas de la Universidad de Chicago desde la década de 1950 hasta la de 1970, el neoliberalismo, en esencia, apunta a reemplazar el juicio humano subjetivo con la valoración económica objetiva. O, como William Davies, profesor de economía política en el Goldsmiths College de Londres, lo expresa tan claramente en su libro de 2014, Los límites del neoliberalismo, el neoliberalismo es una escuela de pensamiento que persigue “el desencanto de la política por la economía”.

Los efectos más dramáticos de este desencanto han sido evidentes en la política británica y estadounidense durante los últimos cuatro o cinco años. Pero se ha prestado menos atención a la forma en que la economía ha desencantado la cultura, específicamente la cultura visual.

Según Davies, «convertir cualidades en cantidades», reemplazar «la evaluación crítica por la evaluación económica y técnica», hacer del «sistema de precios» el juez supremo, convertir a las instituciones en mercados y a los individuos en competidores son características distintivas de la visión neoliberal de un sociedad más eficiente y productiva. También caracterizan, en gran medida, de lo que está sucediendo en el mundo del arte en este momento.

Matthew Wong’s River at Dusk (2018) se vendió por $ 4.9 millones en Phillips en diciembre | Cortesía de Phillips

Juicios de valor

Tomemos como ejemplo a Matthew Wong, el pintor canadiense autodidacta que se quitó la vida en 2019 y que ahora se ha convertido en el “último grito” de culto en una subasta. 

La base de datos de Artprice de los resultados de las salas de venta nos informa que el año pasado ocho de sus paisajes vibrantes y melancólicos se vendieron en una subasta por más de US$1 millón, superados por la cotización cuádruple de US$4.9 millones para el lienzo River at Dusk de 2018, en Phillips de Hong Kong el 3 de diciembre de 2020.

La pregunta «¿Qué hace que esto sea interesante?» siempre ha sido un acercamiento útil a una obra de arte. Para la mayoría de la gente, River at Dusk no es interesante por sus conexiones histórico-artísticas con Van Gogh y el difunto Hockney, como diría la catalogación de Philips, sino porque es un Matthew Wong y se vendió por un récord de 4,9 millones de dólares. 

En otras palabras, el resplandor del precio desencanta tanto la apreciación estética como la evaluación crítica.

Sin duda, el neoliberalismo no ha introducido repentinamente las métricas de mercado en el mundo del arte. A mediados del siglo XIX, el célebre ensayo de Edmond y Jules de Goncourt sobre Chardin, ahora ampliamente reconocido como el mayor pintor francés de mediados del siglo XVIII, está lleno de resultados de subastas. Pero para los Goncourt, las míseras veinticinco libras que consiguió Dos conejos muertos con un zurrón y una petaca de pólvora (1755) simplemente demostraron cómo los precios de las pinturas del artista se mantuvieron en un «nivel miserable e insignificante» a lo largo de su vida. En opinión de Goncourt, el sistema de precios equivocó a Chardin, que no era la forma en que Hayek pensaba que funcionaban los mercados. (Por cierto, el máximo actual de la subasta de Chardin de 4 millones de dólares es ahora más bajo que el de Wong).

La bolsa digital del valor

Lo que Hayek y la Escuela de Economía de Chicago no pudieron haber previsto es la forma en que las fuerzas del neoliberalismo en el siglo XXI serían acentuadas y aceleradas por la nueva tecnología.

Sitios web como Artnet, Artprice y ArtTactic, así como los de las tres grandes casas de subastas, han convertido el mundo del arte en una bolsa digital del valor. Queda, por supuesto, una pequeña casta de comisarios, críticos y conocedores que se enorgullecen de hacer valoraciones no contaminadas por consideraciones comerciales. Pero casi todos los demás, si les guste o no, ven el arte a través del prisma del precio, principalmente en su teléfono intelegente.

La pregunta sigue siendo, ¿hacia dónde se dirige esta manía? En su “best-seller” de 2015, Homo Deus, la Brief History of Tomorrow (Breve historia del mañana), el historiador Yuval Noah Harari prevé un futuro tecnocrático en el que la política carecerá de grandes visiones y los políticos se reducirán a meros administradores.

Si lo que Harari denomina la “religión de datos” se sale con la suya, los humanos, al ser “algoritmos que producen copias de sí mismos”, ya no necesitarán “encontrar un significado dentro de nosotros mismos”. La vida será controlada de forma autónoma por los sistemas de procesamiento de datos más eficientes del Internet-of-all-Things. Como Dios, “estará en todas partes y controlará todo, y los humanos están destinados a fundirse en él”. El flujo de datos se convertirá en «el verdadero significado de la vida».

Si te gusta mirar pinturas de Chardin o Wong, y sientes que dicen algo duraderamente significativo sobre el ser humano, la visión de Harari de un futuro tecno-totalitario es algo profundamente deprimente.

“La riqueza y el poder podrían [¿podrían?] concentrarse en manos de la pequeña élite que posee los algoritmos todopoderosos, creando una desigualdad social y política sin precedentes”, predice Harari. Además, esta «segunda revolución cognitiva» también podría producir «engranajes humanos» que pueden comunicarse y procesar datos con mayor eficacia que nunca, «pero que apenas pueden prestar atención, soñar o dudar».

¿Sobrevivirá el arte?

Al ver el código en la pared, los involucrados en el mundo del arte repiten nerviosamente el mantra: 

“La gente siempre necesitará arte”.

¿Pero lo harán? 

En las economías neoliberales basadas en datos, donde los títulos en humanidades que promueven la especulación y el escepticismo se clasifican oficialmente como inferiores y de «bajo valor» en términos de potencial de ingresos, ¿podría ser que el arte, la literatura y la cultura pasarán de moda en el siglo XXI tal como ocurrio a la educación superior en el Imperio Bizantino del siglo VII?

“Nadie parece haber visto mucho valor en una educación superior que no salvó almas, no alimentó bocas, no ganó dinero y no ganó batallas”, observa Warren Treadgold en su Concise History of Byzantium.

Pero en este momento, a pesar de la pandemia de Covid-19 y las crisis económicas que la acompañan, el arte todavía está generando mucho dinero para un pequeño grupo de élite de artistas, especuladores y comerciantes.

La crisis financiera de 2008, literalmente, desacreditó el dogma neoliberal de que el mercado es un mecanismo infalible y autocorrector que puede gestionar eficientemente todos los aspectos de la vida humana. Y, sin embargo, en ese momento, en ausencia de una alternativa convincente, los gobiernos gastaron cientos de miles de millones de dinero público rescatando al sistema bancario, socializando las pérdidas del sector financiero, aumentando así el valor de los activos, la desigualdad de ingresos y, por extensión, los precios de la especulación en arte.

Parece que no habría alternativa al modelo tecno-liberal. «Amnesia se apoderó de la razón y se afirmó que la economía es suficiente para sí misma», escribe Davies en The Limits of Neoliberalism. El balbuceo sin sentido es el resultado inevitable».

Y, sin embargo, sorprendentemente, el movimiento Black Lives Matter ha logrado cambiar la conversación política en los Estados Unidos y, en última instancia, su gobierno. Los artistas negros ahora importan más que nunca en el mundo del arte. Instagram, y en particular la iniciativa Artist Support Pledge, ha demostrado ser una fuerza positiva en la democratización de la economía del arte.

Margaret Thatcher, una fanática devota de la ideología neoliberal de Hayek, una vez proclamó: “La economía es el método. El objetivo es cambiar el alma «. De hecho, existe una alternativa.